Los docentes, en riesgo de padecer Burnout
Por Jose Luis Izquierdo del Amo
Proactividad, enfoque preventivo, anticipación… son términos que han marcado la revolución pedagógica en la última centuria. Entre los profesionales de la educación, la docencia y la psicología, es asumida la máxima “es mejor prevenir que curar”. De hecho, en torno a esa idea se han diseñado programas de intervención psicopedagógica, modelos de enseñanza, materiales didácticos, etc. Ahora bien, en lo que se refiere a la formación del profesorado en términos generales, y particularmente en todo aquello concerniente a su bienestar emocional y a aspectos motivacionales, podemos afirmar que este tipo de actuaciones se han llevado a cabo ante una realidad ya manifiesta, y cada vez más preocupante, derivada de las situaciones que en la actualidad se viven en muchas aulas. Los docentes son uno de los colectivos más afectados por problemáticas derivadas de la exposición prolongada a riesgos de tipo psicosocial (estresores), entendiendo por éstos aquellos factores que suponen una fuente de riesgo laboral (Ley 31/1995; Real Decreto 39/1997).
Como bien dice Nieto (2006), el profesor no corre el riesgo de caer de un andamio ni se ve afectado por silicosis, pero el entorno educativo también supone un riesgo para su salud física y, sobre todo, mental. Ello debido a que las exigencias laborales hoy en día son más mentales que físicas (Arias, 2011); es decir, el profesor está sometido a factores de riesgo psicosocial. Estos factores de orden psicológico o social abarcan situaciones de tipo laboral, familiar o personal; que inciden en la aparición y/o mantenimiento de diversas condiciones que afectan la salud mental del profesor. En ese sentido, la profesión docente está sometida a una serie de presiones internas y externas que mellan la salud del docente.
Por si fuera poco, la docencia exige una actividad laboral y extralaboral muy intensa (Fernández, 2007), que implica, hoy más que nunca, un amplio conocimiento interdisciplinario. Esto supone un perfil del educador con mayor preparación pedagógica (Torres y Lajo, 2008), cuya importancia en la sociedad es nodal para el desarrollo de las jóvenes generaciones que son el futuro del país; sin embargo, el docente debe enfrentar una serie de dificultades económicas, sociales y laborales (Fernández, 2002), y se le considera, muchas veces, como el responsable de las deficiencias del sistema educativo (Marqués, Lima y Lopes, 2005).
En el ámbito del microcosmos de la escuela, la relación entre profesor y alumno es complementaria: los primeros dan y los segundos reciben (Arias, 2008); es decir, que el alumno depende del profesor, de su orientación, de su conocimiento y de su asistencia. Este tipo de relación hace del profesor una persona vulnerable al síndrome de burnout.
SÍNDROME DE BURNOUT
A este respecto, las investigaciones a partir de Herbert Freudenberger, psicólogo americano, allá por el comienzo de la década de los setenta, fue el primero que acuñó el término de «burnout» en el sentido de «agotamiento profesional». Dicho término fue empleado por Freudenberger en el libro «Burnout: The High Cost of High Achievement», y se definía como «la extinción de la motivación o el incentivo, especialmente allí donde la dedicación a un objetivo o a una relación fracasa en conseguir los resultados deseados». El síndrome se describió en un grupo de trabajadores y voluntarios que atendían una clínica de toxicómanos y que, al cabo de poco más de un año en esta actividad, comenzaban a presentar estado de ánimo depresivo, pérdida de energía y desmotivación para el trabajo. Freudenberger observó cómo estas personas gradualmente se volvían insensibles, poco comprensivas e incluso agresivas en relación con los pacientes, pasando a tener un trato distanciado y cínico con ellos y llegando incluso a culparles de los problemas que padecían.
El éxito de Freudenberger fue reconocer y analizar algo que existía previamente y a lo que dio un nombre que inmediatamente triunfó y se generalizó. El problema del «burnout» en sí es muy anterior a esta primera descripción. De hecho, hasta ese momento, el término «burnout» se había venido empleando para referirse al estadio de deterioro final al que llevaba el consumo crónico de drogas.
Curiosamente, el estudio del fenómeno del «burnout» no ha venido de un desarrollo teórico acerca del mismo, sino más bien de la observación aguda y certera de la realidad por personas ajenas, incluso, al entorno sanitario, en el que luego se estudiaría más detalladamente el mismo. La verdad es que el «burnout» más que una cuestión teórica o filosófica es una cruda realidad laboral y social y una penosa enfermedad para las personas que lo padecen.
Sin embargo, el antecedente histórico del «burnout» es encuentra en un estudio de Schwartz y Will de 1953, en el que describían un sentimiento de baja moral y distanciamiento de los pacientes experimentado por una parte de las enfermeras de un servicio de psiquiatría. En ese mismo artículo una enfermera afectada describía así su situación, claramente encuadrable en lo que llamaríamos actualmente «burnout»: «Comencé a ser cada vez menos efectiva en mis relaciones con los pacientes. Mi hostilidad hacia ellos era insoportable. Comencé a verlos como personas irritantes que hacían continuas demandas. Ellos lo notaban y tendían a alejarse de mí. Los pacientes agresivos comenzaron a gruñirme. Las notas de Miss … sobre mi eficacia eran cada vez más frecuentes y mi ira era personal e intensa. Las notas despreciativas de los pacientes me afectaban y yo tendía a mantenerme alejada de ellos».
A pesar de que en el ámbito de la psicología se suele recurrir a Freudenberger y a la fecha de 1974 como al primero en hablar del síndrome del «burnout» como tal, ya anteriormente se había empleado el término en la literatura.
En 1961 Graham Green, novelista inglés, había publicado una novela titulada «A burnout case», traducida posteriormente al español como «Un caso acabado». La novela narraba la historia de un arquitecto famoso y de éxito que, finalmente, hastiado de su trabajo y de la vida que lleva, un día decide abandonarlo todo y se marcha al Congo, al lugar más alejado de la civilización que encuentra:
« (…) ¿Se detiene usted aquí?
—El barco no sigue adelante —respondió el hombre como si esa hubiera sido en verdad la única explicación».
Allí se instala y termina conviviendo con un doctor dedicado al tratamiento de la lepra y con unos misioneros católicos que construyen una leprosería. A lo largo de toda la novela el individuo se nos revela como alguien que ha abandonado, hastiado, su vida anterior y que rechaza volver a ella, aunque no profundiza en las causas que lo han llevado a esta situación. Se trata de un hombre con un notable éxito social, mujeriego que, insatisfecho con su trabajo, que era diseñar y construir iglesias católicas, ha perdido la fe, el interés en su trabajo y en el resto de las cosas:
«(…) Al fin descubre uno que ni siquiera tiene un yo que expresar. Ya no tengo interés en nada, doctor. No quiero dormir con una mujer ni planear un edificio».
La novela acaba dramáticamente cuando el protagonista, en cierto sentido, se ve atrapado por su pasado y su fama y es asesinado por un hombre que inicialmente está fascinado por él y que finalmente, creyéndose engañado, lo mata.
Una dimensión que le falta al caso de Greene para encuadrarlo definitivamente en el concepto de «burnout» como el que aquí tratamos sería la relación con otras personas en el trabajo. El protagonista es un arquitecto cuyo trabajo no requiere una íntima relación con otras personas y no implica relación de ayuda, aspecto este «casi» imprescindible para hablar de «burnout» según algunos autores.
Otro ejemplo literario relacionado con el «burnout» proviene de la novela «La insoportable levedad del ser», del checo Milan Kundera. Uno de los protagonistas es un médico neurocirujano que, tras muchos avatares personales, acaba abandonando su profesión para dedicarse a ser camionero. A raíz de esta novela el síndrome del «burnout», específicamente cuando se refiere a los médicos, pasó a llamarse por Gervás y Hernández Enfermedad de Thomas en referencia al protagonista.
Una de las autoras más citada en el tema del «burnout» es la doctora Maslach, una psicóloga social que allá por el año 1976 estudiaba las respuestas emocionales de las personas que realizaban trabajos de ayuda. Ella eligió también este término de «burnout» que los abogados de California utilizaban habitualmente para referirse a sus compañeros que habían perdido el sentido de la responsabilidad y se comportaban cínicamente en su trabajo. El término tuvo mucho éxito, porque de alguna forma todo el mundo entiende lo que quiere decir sin necesidad de muchas explicaciones y además no implicaba ninguna etiqueta peyorativa a priori, como podrían haber tenido otros términos empleados por psicólogos o psiquiatras. A ella se debe una de las definiciones más citadas.
En 1981, Maslach y Jackson definieron el concepto desde una perspectiva tridimensional caracterizada por:
- Agotamiento emocional. Se define como cansancio y fatiga física, psíquica o como una combinación de ambos. Es la sensación de no poder dar más de sí mismo a los demás.
- Despersonalización. Es la segunda dimensión y se entiende como el desarrollo de sentimientos, actitudes, y respuestas negativas, distantes y frías hacia otras personas, especialmente hacia los clientes, pacientes, usuarios, etc. Se acompaña de un incremento en la irritabilidad y una pérdida de motivación. El sujeto trata de distanciarse no sólo de las personas destinatarias de su trabajo sino también de los miembros del equipo con los que trabaja, mostrándose cínico, irritable, irónico e incluso utilizando a veces etiquetas despectivas para referirse a los usuarios, clientes o pacientes tratando de hacerles culpables de sus frustraciones y descenso del rendimiento laboral.
- Sentimiento de bajo logro o realización profesional y/o personal. Surge cuando se verifica que las demandas que se le hacen exceden su capacidad para atenderlas de forma competente. Supone respuestas negativas hacia uno mismo y hacia su trabajo, evitación de las relaciones personales y profesionales, bajo rendimiento laboral, incapacidad para soportar la presión y una baja autoestima. La falta de logro personal en el trabajo se caracteriza por una dolorosa desilusión y fracaso al darle sentido a la actividad laboral. Se experimentan sentimientos de fracaso personal (falta de competencia, de esfuerzo o conocimientos), carencias de expectativas y horizontes en el trabajo y una insatisfacción generalizada. Como consecuencia se da la impuntualidad, la evitación del trabajo, el ausentismo y el abandono de la profesión, son síntomas habituales y típicos de esta patología laboral.
Estas autoras son los que posteriormente diseñaron el cuestionario más conocido y empleado de los que se utilizan para medir y valorar el «burnout» en diferentes colectivos y que se conoce como el Maslach Burnout Inventory. Éste inicialmente estaba diseñado para profesionales en contacto con personas; posteriormente, las mismas autoras han elaborado una nueva versión más general y que puede aplicarse a profesiones cuyo trabajo no implica un trato directo con personas.
Aunque no existe una definición unánimemente aceptada sobre burnout, parece haber consenso en que se trata de una respuesta al estrés laboral crónico, una experiencia subjetiva que engloba sentimientos y actitudes con implicaciones nocivas para la persona y la organización y generalmente se produce principalmente en el marco laboral de las profesiones que se centran en la prestación de servicios y atención al público: Médicos, enfermeras, profesores, psicólogos, trabajadores sociales, vendedores, personal de atención al público, policías, cuidadores, etc. Recientemente se ha hablado de “estudiantes quemados”, principalmente en los universitarios que están en los últimos años de carrera.
SÍNTOMAS Y CONSECUENCIAS DEL SÍNDROME DE BURNOUT
Cuando se dice que una persona padece de burnout, por lo general, tanto dentro del ambiente de empresa como a nivel del público ordinario se entiende que esta sufre de fatiga o está cansada; sin embargo, dicha comprensión tiende a hacerse en el lenguaje común, por lo que no se dimensiona el serio problema que se presenta.
En realidad, el padecimiento de burnout es más que el cansancio habitual que puede ser reparado con unos días de descanso, y envuelve una serie de padecimientos a nivel psicológico, físico, social y también en relación con la docencia, lo que le da su connotación de síndrome. A nivel psicosomático, nos encontramos con fatiga crónica, dolores de cabeza, dolores musculares (cuello, espalda), insomnio, pérdida de peso, desórdenes gastrointestinales, dolores en el pecho, palpitaciones, hipertensión. Dentro de los daños emocionales que pueden padecerse debido al síndrome, se ncluyen: irritabilidad, ansiedad generalizada y focalizada en el trabajo, depresión, frustración, aburrimiento, distanciamiento afectivo, impaciencia, sentimientos de soledad y vacío, impotencia.
En cuanto a los síntomas conductuales: cinismo, apatía, hostilidad, suspicacia, sarcasmo, pesimismo, ausentismo laboral, abuso en el café, tabaco, alcohol, fármacos, etc. Relaciones interpersonales distantes y frías, tono de voz elevado (gritos frecuentes), dificultad de concentración, agresividad, cambios bruscos de humor, irritabilidad.
Es común el distanciamiento de otras personas y los problemas conductuales pueden progresar hacia conductas de alto riesgo (juegos de azar, comportamientos que exponen la propia salud y conductas orientadas al suicidio, entre otros). El cansancio del que se habla sucede a nivel emocional, a nivel de relación con otras personas y a nivel del propio sentimiento de autorrealización.
El Síndrome del Burnout es un proceso, más que un estado y se han podido establecer 4 estadios de evolución de la enfermedad aunque éstos no siempre están bien definidos:
Forma leve: los afectados presentan síntomas físicos, vagos e inespecíficos (cefaleas, dolores de espaldas, lumbalgias), el afectado se vuelve poco operativo.
Forma moderada: aparece insomnio, déficit atencional y en la concentración, tendencia a la auto- medicación.
Forma grave: mayor en ausentismo, aversión por la tarea, cinismo. Abuso de alcohol y psicofármacos.
Forma extrema: aislamiento, crisis existencial, depresión crónica y riesgo de suicidio.
El diagnóstico se establece a través de la presencia de la tríada sintomatología constituida por el cansancio emocional, la despersonalización y la falta de realización personal, elementos que pueden se evalúan a través del MBI (Maslach Burnout Inventory).
CAUSAS DEL SÍNDROME DE BURNOUT
Como bien dice Nieto (2006), el profesor no corre el riesgo de caer de un andamio ni se ve afectado por silicosis, pero el entorno educativo también supone un riesgo para su salud física y, sobre todo, mental. Ello debido a que las exigencias laborales hoy en día son más mentales que físicas (Arias, 2011); es decir, el profesor está sometido a factores de riesgo psicosocial. Estos factores de orden psicológico o social abarcan situaciones de tipo laboral, familiar o personal; que inciden en la aparición y/o mantenimiento de diversas condiciones que afectan la salud mental del profesor. En ese sentido, la profesión docente está sometida a una serie de presiones internas y externas que mellan la salud del docente.
Por ejemplo, las familias, las instituciones educativas y la comunidad en su conjunto exigen que el profesor eduque y forme personas en una sociedad llena de violencia, injusticias y desigualdades sociales (García y Salanova, 2005). Además, la labor docente es un ejercicio que está sometido a continuos cambios impulsados por las reformas educativas, que se han ido imponiendo en el sistema educativo (Salanova, 2005).
Por si fuera poco, la docencia exige una actividad laboral y extralaboral muy intensa (Santana, 2007), que implica, hoy más que nunca, un amplio conocimiento interdisciplinario. Esto supone un perfil del educador con mayor preparación pedagógica, cuya importancia en la sociedad es nodal para el desarrollo de las jóvenes generaciones que son el futuro del país; sin embargo, el docente debe enfrentar una serie de dificultades económicas, sociales y laborales, y se le considera, muchas veces, como el responsable de las deficiencias del sistema educativo (Marqués, 2005).
En el ámbito del microcosmos de la escuela, la relación entre profesor y alumno es complementaria: los primeros dan y los segundos reciben (Arias, 2008); es decir, que el alumno depende del profesor, de su orientación, de su conocimiento y de su asistencia. Este tipo de relación hace del profesor una persona vulnerable al síndrome de burnout. En general, las condiciones anteriores se confabulan y pueden llegar a generar burnout en situaciones de exceso de trabajo, desvalorización del puesto o del trabajo hecho, trabajos en los cuales prevalece confusión entre las expectativas y las prioridades, falta de seguridad laboral, así como exceso de compromiso en relación con las responsabilidades del trabajo (Albee, 2000).
El estrés laboral es una base óptima para el desarrollo del burnout, al cual se llega por medio de un proceso de acomodación psicológica entre el trabajador estresado y el trabajo estresante (Chermiss, 1980). En este proceso se distinguen tres fases:
a- Fase de estrés: en la cual se da un desajuste entre las demandas laborales y los recursos del trabajador.
b- Fase de agotamiento: en la cual se dan respuestas crónicas de preocupación, tensión, ansiedad y fatiga.
c- Fase de agotamiento defensivo: en la cual se aprecian cambios en la conducta del trabajador, tales como el cinismo, entre otras muchas de carácter nocivo.
No se cuenta a la fecha con un único modelo que explique el burnout, pero sí se pueden considerar, una serie de factores comunes o complementarios entre los modelos que brindan mayor detalle de posibles causas asociadas.
TÉCNICAS PREVENTIVAS
A este síndrome se le puede hacer frente más fácilmente en la fase inicial que cuando ya está establecido. En las primeras fases es posible que los compañeros se den cuenta antes que el propio sujeto, por lo que amigos, compañeros o superiores suelen ser el mejor sistema de alarma precoz para detectar el Burnout y por lo tanto todos los profesionales del equipo tienen que darse cuenta que son ellos mismos los que representan la mejor prevención de sus compañeros.
Como método preventivo, existen diferentes técnicas:
- Brindar información sobre el síndrome del Burnout, sus síntomas y consecuencias principales para que sea más fácil detectarlo a tiem
- Vigilar las condiciones del ambiente laboral fomentando el trabajo en equi
- Diseñar e implementar talleres de liderazgo, habilidades sociales, desarrollo gerencial, para la alta dirección.
- Implementar cursos de inducción y ajuste al puesto y a la organización para el personal de nuevo ingre
- Anticiparse a los cambios brindando talleres que contribuyan a desarrollar habilidades, conocimientos y estrategias para enfrentarse a ésto
INTERVENCIÓN A 3 NIVELES
El síndrome de burnout afecta muchas áreas de la vida, por lo que es importante que las intervenciones consideren tres niveles:
- A nivel individual: considerar los procesos cognitivos de auto evaluación de los docentes, y el desarrollo de estrategias cognitivo- conductuales que les permitan eliminar o mitigar la fuente de estrés, evitar la experiencia de estrés, o neutralizar las secuencias negativas de esa experiencia para adaptarse a las circunstancia
- A nivel grupal: potenciar la formación de las habilidades sociales y de apoyo social de los equipos de trabajo entre profesores.
- A nivel organizacional: eliminar o disminuir los estresores del entorno organizacional que dan lugar al desarrollo del síndrome.
Estrategias de Intervención Individual buscan fomentar la adquisición de algunas técnicas que aumenten la capacidad de adaptación del docente a las fuentes de estrés laboral.
Se clasifica en:
- Técnicas fisiológicas
- Técnicas conductuales
- Técnicas cognitivas
Las Técnicas Fisiológicas: están orientadas a reducir la activación fisiológica y el malestar emocional y físico provocado por las fuentes de estrés laboral. Dentro de éstas se encuentran la relajación física, el control de la respiración y el biofeedback, entre otras.
Las Técnicas Conductuales: buscan que el sujeto domine un conjunto de habilidades y comportamientos para el afrontamiento de problemas laborales. Entre ellas se encuentran el entrenamiento asertivo, el entrenamiento en habilidades sociales, las técnicas de solución de problemas y las de autocontrol.
Las Técnicas Cognitivas: tienen como objetivo mejorar la percepción, la interpretación y la evaluación de los problemas laborales y de los recursos personales que realiza el individuo. Entre ellas encontramos la reestructuración cognitiva, el control de pensamientos irracionales y la Terapia Racional Emotiva.
Estrategias de Intervención grupal tienen como objetivo romper el aislamiento, mejorando los procesos de socialización. Para ello es importante promover políticas de trabajo cooperativo, integración de equipos multidisciplinarios y reuniones de grupo. Se ha constatado que el apoyo social amortigua los efectos perniciosos de las fuentes de estrés laboral, e incrementa la capacidad del individuo para afrontarlas.
Estrategias de Intervención organizacional se centran en tratar de reducir las situaciones generadoras de estrés laboral. Modificando el ambiente físico, la estructura organizacional, las funciones de los puestos, las políticas de administración de recursos humanos, etc., con el propósito de crear estructuras más horizontales, descentralización en la toma de decisiones, brindar mayor independencia y autonomía, promociones internas justas que busquen el desarrollo de carrera de los empleados, flexibilidad horaria, sueldos competitivos, etc.
El trabajo que aquí se cierra tiene como objetivo fundamental revisar la literatura existente respecto del burnout en el colectivo docente para poder contar con una aproximación más detallada a tal problemática. En este sentido, y una vez definido y delimitado el concepto de burnout e identificadas sus tres dimensiones —agotamiento emocional, despersonalización y baja realización—, han sido expuestos distintos datos que indican que se trata de un síndrome con una importante prevalencia entre el colectivo docente. Así por ejemplo y en nuestro país, los datos obtenidos por Cordeiro y colaboradores (2003) indican que un 41% de los profesores de primaria señalaban padecer burnout, mientras que en México este porcentaje se eleva hasta el 81% (Aldrete et al., 2003).
Teniendo en cuenta tal prevalencia y las importantes consecuencias que de tal síndrome pueden derivarse, no resulta extraño que el burnout en docentes haya sido investigado desde numerosas y diversas ópticas.
A la luz de los datos expuestos, esperamos que este trabajo pueda contribuir a concienciar de la importancia de continuar investigando sobre el tema en la población docente, pues los efectos adversos que genera afectan a toda la sociedad: a los alumnos de modo directo debido a que reciben una educación con menor calidad que aquella que recibirían si sus docentes no padecieran este trastorno, a los demás integrantes, indirectamente ya que se formarán ciudadanos de diversas profesiones, oficios, trabajos con bases educativas de calidad inferior a la que se podría llevar a cabo si sus docentes no padecieran de esta psicopatología.
Aún queda mucho camino por recorrer para conocer exactamente los mecanismos que intervienen y cómo lo hacen en el burnout en educadores, ya que los datos son en muchos casos contradictorios, pero eso tan sólo señala que se necesitan más investigaciones para llegar a conclusiones más sólidas.
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